7/29/2012

De tendederos se trata

 Los tiempos de lavar ropa se quedaron en el ebúrneo resplandor de la madera, cuando los árboles todavía eran punto de referencia geográfica o del pensamiento y la naturaleza muerta permanece en el otoño de los museos. Nos quedan pocos paisajes para practicar la extrema habilidad del asombro. Los tendederos. Calzones, brasieres de encaje, medias, blusas, vestidos, con flores o sin ellas; suéteres, pantalones, faldas, cierres y botones ondeando entre las estaciones y sus frases sueltas. Sábanas ligeras. De rayas negras y blancas. De flor de bugambilia y flor de izote. De deslavado azul que no es cielo. De amarillo, morado y rosa recuerdo, de la sangre que es café y jamás roja. El mecate amarrado del ciruelo al guayabo haciendo un descanso en el  enclenque árbol de aguacate que nunca dio.

Ya ni hablemos de lavar ajeno. Esta pared de transparencias, es uno de mis lugares comunes favoritos. Resulta dificil evadir los guiños biográficos de los mecates. O los ganchos de madera con las letras doradas impresas de la tienda que los da de cortesía. Tamaños, tipos de tela, estampados y cortes se despliegan como el alfabeto más preciso. A la chingada con las mentiras de erotismo que le adjudicamos a la ropa interior. Los tendederos valen por su paciencia; por la generosidad de soportar prendas mojadas con azahares atrapados en el doblez de la tela,  no reparan ante el peso de un objeto ajeno al campo semántico (¿cuántas monedas no se habrán secado, olvidadas y ocultas, en un vestido de algodón?). Los tendederos me enseñan a esperar y, a veces, a voltear hacia arriba. 

Hoy suena a Esperanza Spalding - Crowned & Kissed

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