Seguramente muchas de ustedes estuvieron en la playa poniéndose morenas esta Semana Santa. Yo no he podido, así que me tomé un día para pasar en Canmore, un pueblito cerca de la ciudad donde vivo, con un abrumador paisaje, aire fresco y purísimo y la magestuosidad de las imponentes Canadian Rockies Mountain. Una experiencia mágica, me sentí cerquita de dios y del universo.
Impresionantes pinos, miles de pinos, no qué, millones de pinos cubiertos de nieve. Valles sin fin, magníficos ríos congelados, todo de un verde exuberante y un cielo abierto de un tono azul inexistente. Aquí se respira diferente. Estar rodeada de montañas te llena de una nueva energía, puedes ver la divinidad tan cerca. El más real de los sueños inverosímiles.
Frondosos caminos se abren paso por entre los arroyos alimentados de aguas glaciales, los pastizales en un tono dorado contrastando con la belleza de las crestas montañosas. Parecía como estar dentro de una película sesentera con una pañoleta cubriéndome el pelo y mis grandísimos lentes de sol D&G, manejando sin tráfico alguno y escuchando a Amy Winehouse con Lioness: Hidden Treasures.
En el camino iba pensando en lo feliz que soy y lo contenta que estoy. Canté bien fuerte!
Y qué, creíste que no había té? Sí, un rico y caliente Chai Latte con mucha canela.
Este viaje express fue maravilloso!
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