Papilla estelar |
Tras haber hecho un ensayo de arte como parte de una tarea en la universidad, quedé prendida y no consigo olvidarla.
Conocí a Remedios Varo por Jorge Cáceres, mi profesor de periodismo, un chico no muchos años más grande que yo, creativo y devorador de libros.
Venía fresco de terminar su carrera en Ciencias de la Comunicación y con ganas de encontrarse con alumnos hambrientos de conocimientos, dispuestos a ocupar la palabra como arma para causar una revolución social.
Quería ensayos perfectamente redactados, quería líderes de opinión y gente apasionada. Me prestaba libros, cuentos, revistas, notas personales para despues opinar y aquí sí que me deschongaba. Se volvió mi amigo.
Mi hábito por la escritura empezó a tomar más forma. Ya no escribía con gises para matar cucarachas en la parte de arriba de la cocina. Sentía que escribiendo realmente era yo quién hablaba pero escribir de arte o de lo que me trasmitía el arte, no era cosa fácil.
Esa tarde me la pasé viendo la obra de Remedios Varo, un tabloide tipo cuento, en la portada, frutas flotando como un sistema solar, dos libros y muchas notas.
Me preparé, sabía que algo importante estaba a punto de conocer. Me compré una pepsi de lata, era obsesivamente fan y unos chicles bubbaloo, eran mis hits universitarios para escribir. Ponía en mi stereo a Miguel Bosé el albúm DE PARTISANO A DUENDE y repetía las misma canciones, una y otra vez. Pero mi atención estaba capturada en la vida de la artista. Una vida que tomé propia desde el momento que descubrí que Remedios Varo cuenta una novela, cada pincelada es una página y cada toquecito de color es una propuesta poética.
Ella nació surrealista y me atrajo a su mundo. La libertad absoluta del sueño encima de toda realidad y verdad, la importancia del discurso estético femenino expuesto con el cuerpo y con la mente. La plenitud del arte que completa a la mujer como un ser surrealista. Como yo.
Una mirada a los variados paisajes interiores del subconsciente con la consciencia de la fantasía. Eso aprendí del surrealismo de Remedios Varo.
Nació un 16 de diciembre de 1908 en Anglés un pueblito que tenía más gatos que personas. Su padre ingeniero hidráulico y su madre, ama de casa, católica ferviente, su abuela, ambas dedicadas al bordado y a la costura. Educada bajo la resistencia y exigencia.
En su trabajo se puede observar todo eso; ella misma se refirió con gran ternura a esa dualidad de aprendizaje en la que se vio envuelta desde muy pequeña. A su padre le agradecía haber aprendido a dibujar desde muy niña, de su abuela y a su madre se había apropiado de la transparencia del hilado, los hilos que tejen o enredan destinos, rumbos como telarañas, efectos en definitiva que con tanta frecuencia aparecen en la meticulosidad de sus trazos, como bordados psíquicos.
Ver los colores utilizados, esos colores rojizos, terracotta, chocolate, mostaza contrastados con el cían, hueso,vainilla que solo puedo ver cuando estoy soñando. Esos hilos que me tejen el alma y que me recuerdan que hay que observar todo, todo lo posible, ver más allá de lo permitido.
Para describir a Remedios Varo sólo tuve que mirarme dentro, me imaginé que ella se vería como me veo yo, reservada, selectiva, observadora y muy sugestiva, con una pata en la luna y la otra en la tierra.
Ahora a mis 32 la sigo recordando y sigo pensando en lo fabulosa que es su obra. Yo también quería salir, conocerme a mí misma, aunque en ese entonces aún no tenía claro el problema real, solo quería pelear y ser escuchada. Mi vocabulario era muy corto y mis argumentos inseguros.
Pero hoy vuelvo a ver a Remedios Varo con una sonrisa en la cara, escuchando a Esperanza Spalding y tomando té de coco con nuez!
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