8/12/2012

Sin titulo

En la película "También la lluvia" la cineasta española Icíar Bollaín logra exprimir  la realidad y la ficción, entre que  Colón viene y una Bolivia del 2000 ultrajada por falta de suministro de agua. El agua, tan fresca palabra.   Rango ganó el premio de la Academia de Hollywood en febrero de este año como mejor película animada,  un “western” poblado de personajes delirantes y exagerados.  Un  pincelazo de pesadilla liderados por un camaleón mentiroso de camisa hawaiana y no muy sexy, pues Rango parece un tipo raro pero es lo único que encontraron. La historia de este camaleón en plena crisis existencial es la de un personaje desdichado con los labios partidos por el emborrachado sol que busca encontrar su lugar en el mundo y también agua para un polvoriento y sediento pueblo.

Tan mía y tan menospreciada.  No hace falta nada para nombrarla, de los cuatro elementos de la naturaleza es el que menos sinónimos tiene. No existen sobrenombres para el agua. Nos creemos alquimistas al hacer agua de jamaica pero lo que necesitamos es agua y no hay forma de reemplazarla. Soy agua y no sé casi nada de ella. Ni de dónde viene ni a dónde va. No sé si Tláloc es su pariente cercano. Ignoro su edad, sus propiedades y no soy capaz de describir con precisión su sabor. El agua siente. El agua habla. Pero nos la estamos terminando.

La angustia sobre el futuro del agua nos iguala como ciudadanos de la sed. Se necesita agua hacer un pozole.  Para celebrar una boda. Para preparar un té verde. Incluso para inundar un pueblo que sólo aparece en la noticias hundido en la desgracia.  Pero ignoramos otra forma de nombrarla  sin parecer químicos o pobres de lenguaje. Volvemos a pronunciar la misma palabra porque no hay otra. De nada sirve un bello y amarillo sol si no hay agua.  Si no encontramos otras formas de cuidar el agua, tampoco tendremos una nueva palabra para ella.

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